26.2.09

Federico Álvarez. 1999.

A pesar de que todo el horizonte esté tapizado por el verde, el azul, y los granos de arena sean infinitos; a pesar de la risa humana, a pesar del abrazo y de que afuera haya miles de millones de posibiliades con las cuales poder contar. A pesar de que podría ver incontables veces volar las hojas secas, aguantar más de un minuto la respiración, a pesar de Brahms, de los solsticios, de que podría romper todas las reglas; a pesar de que podré sentarme rodeado de amigos en el parque o que un hijo encantador venga corriendo a mí envuelto en una carcajada. A pesar de eso hoy decido morirme.



Esta carta fue encontrada por la policía de Bogota minutos después de que Federico, de 23 años, haya llamado a la policía para informar su próximo deceso. "Cuando lleguen ya estaré muerto. Pero no quiero apestar el lugar", fueron sus últimas palabras –dichas a una grabadora en la central de policía. Tardaron en contestarle.

La causa de su fatal decisión fue "una garn depresión", dijeron sus padres y su psiquiatra, Alejandro Rico.

19.2.09

Lápiz sobre papel: "Joven sentada en un segundo escalón"

Abandonó el pueblo. Se llevó en una libreta los billetes que fueron el alimento de una minúscula fogata la primera noche en el bosque. La vereda del bosque, como el mismo deseo, le hizo dar vueltas en el mismo punto. La percepción es un chiste. El segundo fuego de la segunda noche consumió la libreta y la tinta de poesía barata que la abordó. Habrá que pensar en algo para no encender fuego por tercera vez. El siguiente día fue de nuevo cómplice de las desventajas que trae el espacio abierto. El tercer fuego era débil como sus piernas. Tomó la imagen de la joven sentada en un segundo escalón que él mismo dibujó: El fuego la devoró y se apagó. La humareda se esparcía entre los árboles y el cielo.